Les cuento mi sueño



Esta noche pasada he tenido un sueño; last night I had a dream. Era una noche nublada y lluviosa. En la calle los perros hacían caca. Los coches no respetaban los semáforos en rojo. Los gatos arañaban a todo el mundo. Y las ratas cantaban ópera de Puccini.

En medio de la confusión, del desorden y del caos, llegaba un momento en el que se hacía la luz. Un sol brillante emergía en mitad de la noche convirtiéndola en día. El cielo se abría y ahogaba la tempestad. Los perros dejaban de hacer caca y se convertían ellos en caca, transformándose luego, a la luz del sol, en ceniza. Los coches se paraban en los semáforos y las ancianitas podían llegar hasta el otro lado de la vía, que no de la vida. Y las ratas; las ratas cantaban como Supertramp.

Pero aun algo más pasaba. Una inmensa nave intergaláctica llegaba desde el cielo. Una nave que olía a plomo y titanio se depositaba en la plaza de la Almendruca. La nave, de un color muy tonto, deslumbraba a la gente que paseaba por la plaza de la Almendruca. Muchos se tenían que poner las gafas de sol para no quedarse turulatos.

Una gran compuerta de la nave se abría al son de una música celestial. Creo que era una versión heavy-rock del Ave María de Schubert mezclada con un pasodoble español. De la puerta de aquella nave intergaláctica surgía una señora con bigote que llevaba en el culo una estrella de “Sheriff”.

Y decía:
“- Venimos de un planeta muy lejano, muy lejano, a salvaros de aquello que os atonta, oh pueblo mundano. Os salvaremos de la idiotización de vuestros hijos, de la pusilanimidad con la que son tratados. De las lagrimas de cocodrilo, de la arrogancia, de la petulancia, y de una ambulancia. Nos llevaremos vuestro mal y se lo daremos de comer a las famélicas fieras de nuestro planeta muy lejano. No os preocupéis, en nuestra galaxia hay tanto bicarbonato en suspensión que no hay riesgo de que las indigestiones nos lleven a devolveros vuestro mal.”

De pronto, una inmensa manguera de boca gordísima se descolgaba de la nave intergaláctica. Depositada en el suelo, sus motores se encendían y empezaban a aspirar, a aspirar, y a aspirar. Una manguera glotona de gordísima boca que empezaba a tragar madres como una loca. Una tras otra, miles, millones de madres se intentaban escapar agarrándose a las piernas de sus hijos. Pero la potencia de lo motores de aquella manguera de boca gordísima venida de una galaxia que era rica en bicarbonato en suspensión, aspiraba y absorbía madres como quien churrupa una horchata. Una, y otra, y otra, y otra más; todas eran deglutidas, envueltas en sus faldones, delantales, y chantajes.

Cuando ya no quedaba ninguna, la nave cerraba su puerta largándose por donde había venido, mientras en la plaza de la Almendruca estallaba la algarabía. Cohetes y fuegos artificiales. Majorettes, cheerleaders, y sardanas para celebrar la fiesta de la liberación, la alegría de padres, hijos, hijas, perros, gatos, coches, ancianas... y ¿ambulancias?

Pero otro "acto" lo enturbiaba todo. Toda la algarabía se iba al traste por unos instantes al saberse la noticia; el hara-kiri colectivo del gremio de psicólogos, psiquiatras, psicoanalistas, y fabricantes de ansiolíticos ... ¡pobres cillos! Nunca llueve a gusto de todos.

Comentaris

  1. Oh my god! Quin somni més divertit!! ajaja

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  2. Ya te lo he dicho, no cenes pastelitos que luego tienes pesadillas, o ¿te has hecho una tortilla de setas de origen dudoso? Si te quedan pasame unas cuantas.

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