16 de Agosto. 10:00 am.

Esta mañana, poco antes de las 10:00, iba yo a hacer un recado cuando he pasado junto a un banco donde estaban sentados una niña triste y un padre serio. La niña estaba enroscada en sí misma, como solo los niños consiguen hacer, y su padre le acariciaba el pelo con dulzura mientras le susurraba al oido. No podía escucharlos, pero estoy seguro de que le comunicaba su incondicional amor de padre y miles de proyectos a su lado. La niña seguía enroscada, su carita recién lavada y su pelo recogido en una coleta daban fé de que acababa de levantarse. Su cara expresaba esa frialdad que expresan los hijos cuando no saben que sentir. 

He seguido mi camino.

Alrededor de las 11:00 ya estaba de regreso en mi casa. Acalorado he salido al balcón para refrigerarme en esta maldita semana de Agosto y de soledades. Por debajo de mi balcón han pasado la niña y su padre. Los he reconocido. La niña iba de la mano de su padre cargada con una mochila. El padre llevaba una maleta pequeña, un portàtil a su espalda, y su propia mochila. Ahí lo entendí todo. Era 16 de Agosto, eran las 10:00 de la mañana, era el momento en el que el corazón de todo padre separado, de toda madre separada, se parte en mil pedazos o estalla en miles de colores. Era el momento que se subraya en todo convenio de separación, donde pones arteriscos y esperanzas, la fecha que te apuntas en la agenda y en el alma, momentos que llenas de amor y de tristezas. Y tras el 16 de Agosto viene el 22 de Diciembre o el 31 de Diciembre... las vacaciones de Semana Santa de los años pares... 

Pienso que tal vez la historia de padre e hija no sea exactamante así; tal vez llevaban a la madre descuaritzada y repartida entre maletas y mochilas e iban a hacerse una BBQ con ella... No sé. Pero sí que estoy seguro de que quizá los bancos en las calles también se inventaron para eso; para sentarse y encontrar fisuras en los corazones endurecidos por la adversidad e inundarlos con el inmenso amor que sentimos por nuestr@s hij@s

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